... De la Florida
en los fragosos campos,
rodeada de bravos redentores,
arde la inmensa hoguera
que la Patria encendió. Y arden en ella
nombres, tratados, vínculos nefarios,
que vuelan, en las cenizas esparcidos.
En ella, se fundieron las cadenas,
Para forjar con ellas las espadas...
Cruzada de los Treinta y Tres Orientales
Depiertan los barqueros... ya es la hora;
y, al chocar de los remos sobre el río,
alzan la barcarola de la aurora,
de ritmo audaz y cadencioso brío,
¡La eterna barcarola redentora!
Y entra la luz, los cantos, loas latidos,
roja, intensa mirada,
que, por el campo de la patria hermoso,
paseó la libertad, pisan la frente
del húmedo arenal, Treinta y Tres hombres;
Treinta y Tres hombres, que mi mente adora,
encarnación, viviente melodía,
diana triunfal, leyenda redentora
del alma heroica de la patria mía.
Serafín J. García es un poeta y narrador uruguayo que nació en 1908 en el departamento de Treinta y Tres. Murió en 1985. Como poeta, escribió en 1936 una de sus obras más conocidas: Tacuruses. Como narrador, su primer libro de cuentos apareció un año más tarde y se llamó En carne viva. Sus obras son valiosos testimonios de la literatura gauchesca y nativista.
Romance del veinticinco de agosto
“Írritos, nulos, disueltos”,
cantaba el viento en los talas,
y acompañaban el camto
los boyeros con sus flautas.
“Írritos, nulos, disueltos”,
repetían las calandrias
mientras colgaban caireles
de música entre las ramas.
Y el clarín de los horneros
campo adentro repicaba
sembrando la buena nueva
entre un júbilo de alas.
Y aunque era invierno en el tiempo,
hasta grillos y chicharras
desherrumbraban sus élitros
para unirse a la cantata.
Estaba de fiesta el campo
y el monte lo acompañaba,
porque era fecha de gloria
para la tierra “orientala”.
Y el mismo cielo, allá arriba,
alternaba nubes blancas
con su azul, como ofreciendo
para la bandera franjas.
Cuentan que aquel veinticinco
fue de punta a punta el alba
ya que hasta la tardecita
parecía una madrugada.
Todo en él era comienzo,
todo en él era esperanza,
Y hasta el sol se detenía
para ver nacer la patria.
“Írritos, nulos, disueltos”
los actos que subyugaban,
el viejo afán artiguista
en fruto al fin se trocaba.
Y por eso “írritos, nulos,
disueltos”, todos cantaban,
hombre y ave, insecto y árbol,
flor y espira, viento y agua.
Serafín J. García
(De todos los romances)
Álvaro de Figueroa fue un poeta y maestro nacido en Pan de Azúcar, en 1907. Falleció en su ciudad natal en 1966.
Romance de la Declamatoria de la Independencia
El acta de Independencia
los diputados redactaban.
Don Juan Francisco Larrobla
dicta con palabra tarda
lo que escribe con pluma
prolijamente cortada.
Un callado amor azul.
blanco y rojo los embarga
que la luz del patrio día
resplandece en la ventana
y la mitad de las negras
vestiduras les destaca.
Ya el rancho dejan, ya cruzan
con grave ritmo la plaza.
toda Florida va en pos
en comitiva apretada.
Ya doblan al este, ya
la solemne caravana
andada la cuadra sexta
Se allega a la Piedra Alta.
Los diputados la trepan
para dar lectura al acta,
cada cual digno en frac
y Larrobla en su sotana.
La voz del lector flamea
ya azul, ya roja, ya blanca,
como recóndita seda
con los colores del alma.
Vivas y aplausos conmueven
la brisa sabrosa y calma;
en el aire hay no se sabe
si palomas o campanas;
la corriente del arroyo
dobla la rodilla y pasa...
Álvaro Figueredo
La Leyenda Patria
Vamos a ubicarnos con la imaginación en el año 1879. Se iba a inaugurar en la Florida un monumento, en recuerdo de las luchas por la independencia, que culminaron el 25 de agosto de 1825.
Los organizadores de la ceremonia querían darle más brillo con un concurso literario para escritores nacionales sobre lo que simbolizaba el monumento.
El límite máximo para que las obras fueran aceptadas se fijó en doscientos versos. (Recuerda que en un poema llamamos verso a cada una de las líneas que lo componen).
En ocho noches, un autor joven escribió una obra y la presentó al concurso. Lamentablemente quedó fuera del mismo, ya que su poema era mucho más extenso que lo establecido en las bases. Sin embargo, el jurado decidió que se leyera en el acto, por considerarlo muy bueno.
Llegó el día... Cuando aquel joven pequeño y delgado empezó a recitar su poema, los ojos se le iluminaron. Sus brazos se movían con firmeza y entusiasmo. Parecía que su cuerpo se agigantaba.
Los presentes lo escucharon en medio de un silencio enorme. Cuando terminó, estallaron los aplausos.
Cuenta un testigo de la época: “Todos los labios se movían profiriendo gritos patrióticos, todos los brazos se agitaban saludando al poeta, y todos los rostros retrataban las sensaciones despertadas en el espíritu por los mágicos acentos de aquel canto desconocido”.
El escritor premiado, conmovido como el resto del público, se quitó del pecho la medalla ganada y se la ofreció al poeta.
Aquella obra tan aclamada fue “La Leyenda Patria”.
Su autor fue Juan Zorrilla de San Martín. Tenía apenas veintitrés años.
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